"Pero yo muchas veces me he dicho que el destino abunda en esas experiencias en que se entra por puertas magníficas a vacíos horrendos, en que se empiezan con grandes palabras unos silencios indescifrables, y creo que los incas guardaban realmente en ese santuario algo indecible. Una divinidad secreta hecha de espera y de ansiedad, de expectativa y de frustración, de ambición y de desazonado fracaso, una divinidad que no estaba en el final del camino sino en cada uno de sus pasos, tejida de sensaciones y de pensamientos, de búsquedas precisas y de hallazgos borrosos.
...El santuario fue concebido para que hasta la frustración de hallar al dios fuera falsa, para que su malestar fuera apenas la réplica de otro malestar, porque este dios venía de la noche anterior al origen, y estaba en este sitio antes del templo mismo, antes de las horas que precedieron a la víspera de la creación.
Uno cree saber lo que busca, pero sólo al final, cuando lo encuentra, comprende realmente qué andaba buscando. Y bien podría ser que lo que rige el destino del hombre no sea Cristo ni Júpiter ni Alá ni Moloch sino Pachacámac, el dios de los avances hacia ninguna parte, el dios de la sabiduría que llega un día después del fracaso.".
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