"La noche más desapacible de todas vino hacia el final de las vacaciones de verano. Todo fue súbito: no hubo manera de saber de antemano lo que iba a suceder...
La respiración oscilante del marino hacía que el vello de su pecho diseminara en la luz tenue sombras palpitantes. Su mirada, de inquietante fulgor, no se apartó ni un instante de la mujer que se desnudaba. La luz de la luna, reflejada al fondo, dibujaba una cordillera de oro sobre sus hombros y doraba también la arteria que le surcaba el cuello. Era genuino oro de carne, oro de luz lunar y de sudor resplandeciente...
De pronto, el hondo y dilatado lamento de la sirena de un buque irrumpió a través de la ventana abierta e inundó la penumbra del recinto. Era un gemido de oscura, infinita, imperiosa pesadumbre; negro como boca de lobo y liso como lomo de ballena, cargado con todas las pasiones de las mareas, con la memoria de los viajes sin cuento, con los júbilos, con las humillaciones...Era el grito del mar".
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